Benedicto XIII, el papa Luna, el uno de diciembre de 1411 concedía a su médico particular el converso Jerónimo de Santa Fe los derechos del “molino para paños” en “Bezeyt”, perteneciente a la mesa arzobispal de Zaragoza.
Esta es la primera cita de molinos papeleros en Beceite, hasta que el cura párroco Joaquín de Liedana escribía en los libros parroquiales a finales del s. XVIII y principios del XIX sobre la floreciente industria del papel. En 1804 se inauguraba la última de un total de nueve fábricas. La subida arancelaria impuesta por los borbones durante el s. XVIII despertó a los burgueses de la época y empresarios aragoneses y catalanes pusieron en funcionamiento aquí trece molinos papeleros. La fabricación artesanal ayudaba a realizar un papel de calidad que garantizaba la continuidad: algunos molinos trabajaron para Heraclio Fournier en la elaboración de naipes, fabricaron papel moneda para el estado, Goya utilizaba papel de Beceite para sus grabados… Pero, principalmente la producción llegaba a los grandes centros consumidores de Barcelona, Valencia, Madrid y Bilbao por medio de carretas, unos viajes que duraban varios días.
Las primeras fábricas de papel eran de una, dos o más “tinas” para fabricar la pasta de papel hasta la llegada de la “pila holandesa”, durante el s. XIX, que se instaló en todas las fábricas hasta el final de sus días allá en 1970.
La fábrica Cremada, la de Martí, lo Molí del Tosca, la de Taraganya, la de Noguera, la de Solfa, la de Morató, la del Batà y la del Pont Nou fueron las nueve fábricas de papel de Beceite. Por medio de canalizaciones, acequias, azudes y túneles aprovechaban una misma agua, la del río Matarraña, para mover las ruedas de todas las fábricas.
Un pedazo de nuestra historia papelera de Beceite